NATALIA
MARTÍN CANTERO. EL PAIS
Nadie en su sano
juicio volvería a un restaurante en el que el camarero le obligase a comer todo
lo que ha pedido, ni a quedarse pegado en la silla hasta acabar, ni escogiera
los alimentos, la cantidad e incluso la velocidad a la que el comensal tiene
que acabar el plato. Y, sin embargo, para muchos niños, quizás la mayoría, este
es el pan de cada día (literalmente) tanto en casa como en el comedor escolar.
En su libro Mi niño no me come, una biblia para padres
desesperados, el pediatra Carlos González incluye a modo de epílogo un cuento
titulado La carga de
la brigada nutricional que sucede en un país imaginario donde
una “policía nutricional” obliga a los comensales a acabarse sus raciones, por
las buenas o por las malas. El mensaje del libro, según resume el propio
González, es este: “No obligue a comer a su hijo. No le obligue jamás, por
ningún método, bajo ninguna circunstancia, por ningún motivo”.
Los comedores escolares son uno de
los lugares donde a los niños se les suele obligar a comer. Foto: Comer o no
comer
Para aquellos que hayan vivido la tortura de los comedores escolares (con
sus ingeniosos métodos para librarse de alimentos, como envolver el filete en
la servilleta o incrustar el huevo frito bajo la silla) o la presión de un
hogar en el que se sirve para la cena el pescado que se rechazó en la comida,
las palabras de González suenan a música celestial. Pero ¿son realistas? O,
dicho de otra manera, ¿por qué tantas víctimas de estos atropellos se empeñan
en que sus propios retoños, cuando los tienen, dejen el plato niquelado? El 85%
de los padres obliga a comer a sus hijos cuando ya han saciado su apetito, de
acuerdo con el estudio realizado en la Universidad de California y titulado Sólo tres bocados más.
La respuesta parece estar en la pertenencia en masa al “Club del plato
limpio”. Sus socios tienen más riesgo de padecer obesidad años después, como
prueban estudios como Consecuencias de pertenecer al club
del plato limpio, de la Universidad Cornell de Ithaca. Instar al
niño a que coma sólo tres bocados más es contraproducente, recuerda Julio
Basulto, nutricionista y autor de Se me hace bola.
Basulto, que considera “vejatorio, innecesario y contraproducente” obligar a
comer al niño o castigarlo por no comer, recuerda que numerosos estudios,
como este otro publicado en la revista Appetite, prueban
que insistir al niño para que coma verduras simplemente no funciona. “No
sabemos por qué. La teoría que más me convence es que prohibir es despertar el
deseo. Dar buen ejemplo sí se traduce en que el niño coma más saludable”.
Además de
dar ejemplo, hay que evitar colocar en la mesa alimentos no saludables. “En
algunas casas a la hora de la comida no se bebe agua, sino Coca-Cola. No hay
pan integral, sólo blanco. Ni cereales integrales. Hay derivados cárnicos a
mansalva. A media tarde toman un postre lácteo en lugar de fruta”, señala
Basulto a Verne. “No soy muy partidario de hablar de qué es una dieta sana; prefiero
explicar que las cosas que no son comida no deberían estar frecuentemente en su
mesa”.
Cuando uno de cada
tres niños padece sobrepeso u obesidad, merece la pena
replantearse el método tradicional de alimentar a los pequeños, que viene a
consistir en que coma, tanto si tiene hambre como si no. Partimos de la base de
que todos los animales de este mundo comen lo que necesitan, y de que cada uno
elige, además, la dieta adecuada para su especie. Como escribe González, no se
encuentra uno, paseando por el campo, bichos muertos porque nadie les dijo que
tenían que comer.
Podemos
comenzar por cuestiones como estas:
¿Cuánto hay que llenarle el plato al niño?
“No hay una
noción”, dice Basulto, padre de tres hijas. “Si deja algo, es que le has puesto
mucho y al día siguiente lo reduces. Lo que se ha dejado se lo retiras y tan
amigos. Los cálculos que se hacen sobre cuántas calorías necesita comer un niño
tienen una desviación estándar muy grande. Tu hija puede necesitar la mitad de
calorías que otra niña de su edad de su mismo sexo, talla y peso. ¿Quién sabe
cuántas calorías necesita tu hija? Tu hija, nadie más”.
El pediatra Jesús Garrido cree,
por su parte, que en España hay dos problemas con las cantidades de comida que
se ofrecen. El primero es que las abuelas son de la época de la postguerra,
donde el hambre en muchas familias fue una realidad, y es difícil convencerlas
de que un niño puede estar sano sin estar gordo. La segunda es que en la
cultura mediterránea toda actividad social gira en torno a la comida y nuestra
dieta está muy condicionada por la forma en la que compartimos la comida a
escala social. “En verano es raro quien no engorde en un país en el que se
puede comer y cenar en la calle consumiendo comida como parte del ocio”,
señala.
Un niño de nueve meses y un plátano,
a la misma escala. ¿Dónde lo va a meter? Foto: ilustración de 'Mi niño no me
come', de Carlos González.
¿Qué pasa cuando el niño está en un percentil bajo?
Garrido cree que las tablas de peso, longitud y perímetro craneal son una
herramienta útil, pero también
peligrosa. “Si no se usan y sobre todo si no se explican
adecuadamente son uno de los desencadenantes de problemas con la comida más
frecuentes”, señala. “Hay que entender que estas tablas se hacen usando datos
sólo de niños sanos. Y que un percentil 3 por ejemplo, que para muchos es un
criterio de peso bajo en sí mismo, sólo significa que el 3 por ciento de los
niños sanos de esa edad están por debajo de esa cifra”.
El problema
está en que se interpreta como una escala de aprobado o suspenso, dice Garrido.
“Cuanto más alto está en peso y talla mejor lo interpretan los padres. Y estar
por debajo de la media es visto como un suspenso. Cuando los niños que hay por
encima y por debajo están igualmente sanos. Si esto no se explica bien,
enterarse de que su hijo está por debajo de la media es para muchos razón para
forzar al niño a comer más. Cuando el niño estaba sano y no lo necesitaba, al
hacer esto aseguramos que aparezcan problemas de relación con la comida”.
¿Cuáles son las consecuencias de utilizar la comida como herramienta para
inculcar obediencia?
"Si
mezclas mente, estómago y corazón, complicación", resume el pediatra
Garrido. “Si no queremos que nuestro hijo use la comida como pieza de cambio y
se focalicen en la comida otros problemas, no debemos dar a la alimentación más
importancia de la que tiene ni una función diferente”, sostiene. “Los únicos
objetivos que deberíamos plantearnos con la comida son que el niño tenga una
dieta variada porque se la ofrezcamos; que sea él y sus mecanismos de
regulación quienes decidan las cantidades y los horarios mientras no haya un
problema claro.
Basulto, por
su parte, cree que estos comportamientos se asocian con más riesgos de
obesidad, trastornos alimentarios, y obsesiones que nos acompañan a lo largo de
la vida. “Si el helado era una recompensa cuando eras pequeño, quizás de mayor,
cada vez que tengas un conflicto emocional necesites comer helados”.
“El problema
más habitual de un niño pequeño con la comida”, escribe González, “es el
intento de los adultos de intentar obligarle a comer. Es un grave problema que
produce sufrimiento, angustia, humillación, vómitos e incluso, si se tiene
éxito, obesidad. El motivo suele ser la visión distorsionada de los adultos
sobre cuál es la cantidad normal de comida que necesita un niño, y la falta de
respeto hacia el niño como ser humano”.
¿Qué hacer cuando el niño rechaza la verdura?
Lo primero
es retirar los alimentos no saludables. Con un magnum de chocolate, dice
Basulto, un niño puede haber cubierto buena parte de las necesidades calóricas
del día. “Luego no tiene hambre, y así no va a comer verdura o fruta, mucho
menos apetitosas”. Lo segundo es dar ejemplo. Y en tercer lugar, no hacer nada;
no felicitar ni castigar, ningún intento de modificar su comportamiento: se
sabe, como señalamos antes, que premiar es contraproducente. “Pero tenemos que
haber dado los dos primeros pasos. Decirle al niño algo así como ´Qué bueno
está este brócoli. Fíjate que cardioprotector y antioxidante´ no es más que una
manipulación”, dice Basulto.
Y un recordatorio importante: a los
niños españoles no les faltan vitaminas y minerales. Les sobran calorías,
grasas y azúcares. No es cuestión de añadir nutrientes, es cuestión de retirar
calorías vacías de su alimentación. “Tenemos que tener una relación más normal
con la comida”, resume Basulto. “Tan normal como respirar o pestañear”. A nadie
se le obliga a eso.
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